Es verdad que son molestos, que te observan a tótum revolútum, que espían tu intimidad…, pero ¿no hay algo hermoso también en esa obsesión? ¿No merecería también una oda ese viejo oficio del que aprovecha tu “eros” para construir el suyo propio? ¿No merecería incluso el mirón, el tirador, el pajuzo (en la península: pajero) figurar en “El testigo oídor”, ese tremendo libro de Canetti sobre afectos y defectos? En fin, pronúnciense ustedes mismos 😉