En el caso del discurso revolucionario cubano, la sexualidad de los sujetos es trasladada al plano político, construyendo sus identidades revolucionarias desde el parámetro psicológico al que alude J. Scott: la identidad subjetiva de los individuos. El gobierno castrista utiliza esa identidad subjetiva, construye al sujeto homosexual como contrarrevolucionario, y por tanto como enemigo del Estado. Dicha identidad subjetiva, procedente de un agente externo al sujeto como son las circunstancias políticas, contribuye a la formación de la persona homosexual cubana que, por su performatividad, queda destinada a la clandestinidad, al exilio, a la reclusión en campos de trabajo forzado e incluso a la censura en el caso de que el sujeto fuera un personaje público como es el caso, por ejemplo, del escritor Reinaldo Arenas. Esta argumentación teórica es la que sostiene el eje que se apuntó en la introducción: la problemática de la represión del colectivo LGTB es una temática que remite a cuestiones políticas. Para seguir leyendo…